Día Mundial del Refugiado: una madre y sus hijos narran la brutal realidad del desplazamiento: cada día es una lucha por el agua, la comida y un atisbo de esperanza
La noche en la que nos bombardearon, Neda’a ni siquiera tuvo tiempo de ponerse los zapatos.
Despertó a sus siete hijos en la oscuridad, gritando para hacerse oír por encima del estruendo de las explosiones. Corrieron descalzos entre vidrios rotos y escombros, los más pequeños llorando mientras sus pies se llenaban de sangre. Su hijo mayor, Ahmed, cargó en brazos a su hermanito Elyas, de 7 años, y corrió hasta el amanecer, hasta una escuela de las Naciones Unidas convertida en refugio.
Esa fue la última vez que Ahmed vio a su familia.
Al día siguiente salió para comprar zapatos para sus hermanos pequeños. Nunca regresó.
Hoy, Neda’a está sentada en el suelo de un aula superpoblada que se ha convertido en su hogar. Recuerda el momento en que supo que Ahmed había muerto.
“Hemos perdido nuestro pilar”, dice.
A su alrededor, las paredes están agrietadas por las explosiones. No hay agua corriente, ni privacidad, ni un espacio para llorar en paz. Esta es la vida de los desplazados en Gaza: una supervivencia constante, donde la muerte se ha convertido en parte de la rutina, y el concepto de “hogar” se reduce a una sola pregunta: ¿cómo sobreviviremos mañana?
La lucha por cada gota de agua
Hoy, en el mundo, 123,2 millones de personas están desplazadas a la fuerza: un récord histórico. Pero el desplazamiento no es solo una cifra: es una ruptura repentina y devastadora que destruye vidas enteras y deja a las familias reconstruyendo desde cero en medio del caos.
En Gaza, al menos 1,9 millones de personas —alrededor del 90% de la población— han sido desplazadas a la fuerza, muchas de ellas más de una vez. Huyendo de las bombas o por orden del ejército israelí, las familias duermen en tiendas de campaña, edificios destruidos o pasillos de hospitales, donde el olor a desinfectante no alcanza a tapar el de la desesperación.
Para Neda’a y sus hijos, estar desplazados significa levantarse antes del amanecer para buscar agua. Mousa, su hijo de 12 años, describe el ritual diario: largas caminatas hasta el pozo, peleas cuando el agua se acaba, los cubos pesados que le dejan marcas en las manos.
“Antes de la guerra solo tenías que abrir el grifo”, cuenta. “Ahora tenemos que pelear por cada gota.”
Ya no nos queda nada
Perder el hogar es solo el comienzo. El desplazamiento se infiltra en cada rincón de la vida, convirtiendo lo cotidiano en una pesadilla.
Las hijas de Neda’a han tenido que dejar la escuela para recolectar leña, con las manos endurecidas por las astillas. El humo invade el refugio y hace toser a los más pequeños, pero no hay gas ni electricidad: es la única forma de cocinar.
Para Mousa, significa asumir responsabilidades de adulto: cargar agua, calmar a sus hermanos cuando caen las bombas, tratar de llenar el vacío que dejó Ahmed.
Y para Neda’a, cada mañana es una nueva ola de desesperación: sin dinero, sin un lugar seguro, sin protección para sus hijos, ni del conflicto ni de la tristeza.
“Solo quisiera despertarme con la noticia de que todo ha terminado”, dice. “Pero incluso si terminara mañana, ¿qué nos quedaría? Ya no tenemos nada.”
Islamic Relief lleva ayuda a Gaza
A pesar del horror constante, los palestinos muestran una fuerza increíble. El equipo de Islamic Relief y sus socios locales en Gaza trabajan día y noche para proporcionar ayuda vital, incluso mientras ellos mismos enfrentan bombardeos, desplazamientos y duelos.
En los últimos 20 meses han distribuido millones de platos de comida calientes, kits de higiene y subvenciones en efectivo. Actualmente también proporcionan atención materna a mujeres embarazadas y desinfección de refugios para prevenir enfermedades mortales.
Pero la necesidad es inmensa.
“No solo estamos combatiendo el hambre”, dice Yasmin Al-Ashy, responsable de proyectos. “Estamos combatiendo la lenta muerte de la esperanza.”
Para Neda’a, la esperanza pende de un hilo. Mira a Mousa, ya demasiado serio para su edad; a Ritag, con las manos dañadas por la leña; a Elyas, que nunca duerme tranquilo.
“No sé si algún día se recuperarán de todo esto”, dice.
Hay una necesidad desesperada de que los gobiernos y líderes mundiales exijan un alto el fuego inmediato y presionen a Israel para que ponga fin al asedio.
En este Día Mundial del Refugiado, apoya a familias como la de Neda’a.
Dona a la campaña por Palestina de Islamic Relief para ofrecer ayuda vital y un rayo de esperanza a quienes lo han perdido todo. Y exige a tus representantes políticos acciones concretas para detener las atrocidades.