viernes, 11 julio 2025

«Me llamo Hasan. Tengo 65 años», dice este padre de dos hijos que vive en un pueblo de montaña en Vlasenica, en lo que hoy es la República Srpska, en Bosnia y Herzegovina. «Nací aquí. Cuando era joven, se vivía bien

«Fui a la escuela y luego trabajé en una mina. En los años 80, me uní al ejército yugoslavo durante 16 meses. No sabía que después vendría una guerra. Iba a trabajar y la gente hablaba de que pronto habría guerra, pero yo no lo creía».

La guerra estalló en 1992 y, cuando llegó al pueblo de Hasan, no estaba nada preparado.

«Vivía con mi padre, mi madrastra y mis hermanastros pequeños. Nuestros propios vecinos nos atacaron. Yo era como un conejo en el bosque: no tenía medios para defenderme ni para proteger a mi familia. Todo fue destruido y quemado».

Aterrorizado, Hasan huyó con su familia, con la esperanza de encontrar refugio en una pequeña localidad donde tenían parientes.

«Caminamos con otras familias por el bosque. Iba hacia Cerska, a territorio seguro. Yo formaba parte de la defensa territorial [una fuerza de reserva, o guardia civil]. Mantuvimos la línea [en Cerska] durante un año. Cuando Cerska cayó, huí a Srebrenica».

La ONU había declarado Srebrenica como una “zona segura”, lo que atrajo a miles de refugiados expulsados de ciudades y pueblos vecinos. Allí, en medio de las miserias de la guerra, Hasan encontró algo de alegría, pero fue breve.

«Me casé. Mi hija nació el 1 de julio de 1995, así que tenía unos 6 días cuando empezaron a bombardear Srebrenica», recuerda Hasan, en alusión al inicio del genocidio que conmocionó al mundo.

Huyendo por los bosques

Cuando comenzó el horror, Hasan se unió a unos 15.000 hombres y muchachos que escapaban por los bosques intentando llegar al territorio libre de Tuzla, a más de 100 kilómetros. Con montañas, ríos e incluso campos minados por delante, ya era una travesía peligrosa sin tener que ser además perseguidos por soldados. La mayoría fue capturada y asesinada; otros pasaron meses escondidos en los bosques.

«Conocía bien la zona y eso me ayudó mucho durante la guerra. También ayudé a unas 20 personas a escapar, las que iban conmigo. Solo tenían armas de caza; con algo, uno se siente más seguro. Un tipo muy alto llevaba un palo de madera. Yo les ayudé a organizarse mejor».

Los recuerdos de Hasan sobre la travesía son una bruma de miedo y sufrimiento, rota por el trauma.

«[Nuestra marcha] duró 3 o 4 noches, más de 100 kilómetros. Nos bombardeaban sin parar, los proyectiles destrozaban cuerpos. Un chico empezó a tener alucinaciones y de repente comenzó a disparar», recuerda Hasan. Entre las armas usadas contra los hombres en fuga había también gas alucinógeno.

Sobreviviendo a la Marcha de la Muerte

Gracias al conocimiento del terreno, su grupo fue uno de los apenas 3.500 que lograron llegar a Tuzla. Contra todo pronóstico, sobrevivieron a lo que más tarde se conocería como la Marcha de la Muerte. Hasan se reunió con su mujer y su hija, y más adelante tuvieron otra hija, Adelina, que hoy se sienta a su lado mientras él relata los efectos duraderos del trauma.

«Es como si reunieras escenas sueltas de una película. Algunas cosas simplemente no las puedes recordar. A día de hoy todavía siento las consecuencias. A veces hablo dormido. Todo es por el estrés que viví, a veces siento que alguien me persigue.

Me afectó, claro, pero de alguna forma volví a encontrarme a mí mismo. Es normal, cualquier ser vivo se vería afectado».

Reconstruyendo tras la guerra

Adelina, que tiene 28 años y nació después de la guerra, solo ha conocido la paz, pero entiende muy bien el legado del conflicto.

«La guerra afectó a mucha gente… muchos tienen trauma. Mi padre tiene mucho trauma de la guerra», dice.

«Después de la guerra fuimos refugiados. Vinimos aquí en 2004», continúa Adelina, usando la palabra bosnia izbjeglice, usada tanto para quienes huyeron del país como para los desplazados internos. Era una niña pequeña cuando la familia volvió a Vlasenica, el pueblo natal de su padre, y los primeros años no fueron fáciles.

«No teníamos casa, así que construimos una de madera. En 2005 recibimos una donación para poder construir esta casa», dice, señalando la vivienda de dos pisos de ladrillo que comparte con su padre.

«Al principio fue muy difícil. La gente te miraba raro por ser musulmana, por tener un nombre extraño. De pequeña no me gustaba mi nombre, pero luego me di cuenta de que es precioso. A veces sufría acoso escolar por ser bosnia y musulmana, pero con el tiempo mejoró».

Forjando un futuro con Islamic Relief

«Mi madre murió hace 3 años. Solo tengo una hermana —está casada, tiene 3 hijos y vive en Suiza—. A veces nos mandaba dinero… era difícil salir adelante».

De niña, Adelina soñaba con seguir los pasos de su padre y servir en el ejército.

«En 2016 terminé el colegio. Quería ser soldado, pero no pasé las pruebas necesarias. Desde pequeña quería ser soldado o policía, pero al final no fui ninguna de las dos cosas. Qué inesperada es la vida: hoy soy… una empresaria», dice encogiéndose de hombros, sonriente, recordando cómo Islamic Relief le ayudó a poner en marcha un pequeño negocio.

Adelina comenzó su empresa a través de un proyecto de Islamic Relief dentro del programa de apoyo a personas vulnerables en Bosnia —especialmente retornados y supervivientes de la guerra y del genocidio de Srebrenica—. Recibió animales de granja y formación sobre productividad agrícola, elaboración de productos y marketing.

«[Ahora] tengo codornices y vendo sus huevos en el mercado de la ciudad. También producimos verduras aquí y tenemos ovejas, y vendemos los corderos para ganar dinero».

Cultivando medios de vida y optimismo

Además de aumentar los ingresos del hogar, Adelina descubrió que el proyecto le aportó otros beneficios inesperados.

«La vida ha cambiado mucho [desde que me uní al proyecto de Islamic Relief]. No soy una mujer muy sociable, pero conocí a mucha gente y mejoré mis habilidades de comunicación», explica. Mostrando con orgullo las pequeñas aves que le  ayudan a ella y a Hasan a mirar hacia el futuro, añade: «Son tan pequeñas y dulces… ¡y dan miedo! Estoy empezando —todo comienzo es difícil, pero soy optimista»

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